La cultura del vino en España y su aplicación en el turismo, Francisca Ramón Fernández

Cuando despuntaba el alba se iniciaban las tareas para el escaldado. Quien se encargaba del horno debía demostrar maestría a la hora de encender el fuego. No era cosa fácil en medio del calor que se producía. Cuando el agua de la caldera entraba en ebullición se añadía la lejía, con el fin de resquebrajar finamente (cortar) la piel de la uva moscatel y favorecer así la acción de deshidratación del sol. Se solía añadir un poco de hierba pansera o botja rossa para mejorar la coloración de la pasa. El abuelo y el joven, reunidos en el secadero, encendían el fuego del horno que poco a poco iba cogiendo fuerza. Alrededor de las seis de la mañana acudía el resto de la familia, vecinos y renteros. Todos reunidos y con el agua hirviendo, era la hora de incorporar las hierbas panseres, y la sosa cáustica o la lejía. Lo vertían midiéndolo a ojo. Este momento era muy importante, si ponían demasiado, la pasa estallaría y si se quedaban cortos no cortaría ni se secaría. Una vez lleno de uvas el cazo (un cazo de alambre, con capacidad para unos ocho kilos de uva), el escaldador procede a sumergirla en la caldera y la mantiene unos segundos, el tiempo justo para que corte la uva (algunos escaldadores contaban o rezaban para repetir siempre el mismo tiempo dentro de la caldera). Inmediatamente el escaldador vierte la uva escaldada sobre un cañizo donde las mujeres la extienden. El único paréntesis que los trabajadores se permitían en la tarea era el obligado con motivo de observar el corte. Los cañizos llenos de uva se extendían al sol en el secadero, donde, según describe P. Madoz37: «se dejan las uvas por espacio de 5 ó 6 días, según la fuerza del sol y el buen o mal tiempo que haga. Al tercero o cuarto día se vuelven los racimos del otro lado para que se sequen bien [...] Si se moja la uva los primeros días de estar tendida, también pierde ese color hermoso que la hace agradable, y aún llega a pudrirse, causando con ello muchos daños al cosechero; por la misma razón suelen tener algunos de ellos una especie de techados o cubiertos cerca del tendedero, llamados en el país riurau». También indica este mismo autor38: «Confeccionada la lejía se pone a hervir en una grande caldera enclavada en unos hornos que se hacen en campo raso, y cuando la espuma va a salirse y prorrumpe en grandes borbotones, se toma 37 MADOZ, P.: Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de ultramar, Facsímil Ed. París Valencia, Madrid, 1845-1850. 38 MADOZ, P.: Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de ultramar, cit.

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